“No cuenta como robar si es gratis” debería ser el lema de todos los que, de manera recurrente o no, nos quedamos con uno que otro recuerdo de la oficina. Cualquier cosa pequeña o comestible es vulnerable, porque podría desaparecer en un instante sin que nadie lo note y obtener un nuevo lugar en el escritorio, la casa o el estómago de alguien que no es su dueño.

Entre las cosas más comunes y sencillas de robar están los artículos de papelería que proporciona la empresa porque a veces tienen diseños llamativos. Plumas, lápices y resaltadores se terminan en la oficina antes de que se acabe la tinta o el grafito, pues han conseguido una nueva vida en un sitio diferente.
Lo mismo ocurre con hojas de papel, folders y sobres, si no están membretados no hay pruebas. Además, una o dos hojas que tomemos para uso personal no van a afectar a nadie.

Los post-it son otra historia. Es muy fácil saber quién se ha llevado todos los colores bonitos y quién tiene más hojitas pegadas en su escritorio. Sí, tienen una función práctica, pero hay quienes exageran en la cantidad, no mantienen un orden y terminan llevándose entre sus cosas algún blocs que nunca nadie vuelve a ver.

Además de la papelería, en el comedor también es común que ocurran “préstamos” y desapariciones misteriosas de condimentos, utensilios y comida en general. A veces uno llega a la oficina y deja su almuerzo en el refrigerador, pero después ya no está o descubre que la salsa que compró se está acabando demasiado rápido.
Otros artículos que se gastan a velocidades increíbles son las servilletas y el papel higiénico, un día el almacén está lleno y al otro no encuentras nada. Si tú no eres el culpable, alguno de tus compañeros lo es.
¿Conservas algún souvenir de las oficinas en que trabajaste?